El ramal Merlo-Lobos fue el primer ramal del Ferrocarril del Oeste, marcando el inicio de la transformación de una línea primitiva en una red ferroviaria. Desde sus inicios, el Ferrocarril del Oeste enfrentó desafíos significativos, como la baja densidad de población en la región y la falta de inversión privada, lo que limitó su expansión. Sin embargo, la visión de progreso de sus responsables permitió superar estos obstáculos.
En 1868, se aprobó la construcción del ramal Merlo-Lobos, junto con otros proyectos ferroviarios. La construcción comenzó con una curva pronunciada al suroeste desde Merlo, seguida de un tramo recto hacia Lobos. En diciembre de 1870, se inauguró el tramo hasta Marcos Paz, y el 24 de mayo de 1871 quedó finalizado el recorrido completo de 70 kilómetros, con estaciones intermedias en Marcos Paz, General Las Heras, Zapiola y Lobos. Posteriormente, se sumaron nuevas estaciones como General Hornos y Mariano Acosta.
La Estación en 1918. Foto: cortesía de Dora Manzino de Cozzi.
El desarrollo del ramal a Lobos coincidió con avances en la tecnología ferroviaria, como la incorporación de rieles de acero que reemplazaron a los de hierro, mejorando la capacidad de carga y la durabilidad. Además, se construyeron grandes galpones para facilitar el transporte de cargas, reflejando la evolución del ferrocarril hacia una infraestructura preparada para el remolque de grandes tonelajes.
Aunque en sus primeros años el ramal a Lobos tuvo un impacto significativo, la llegada del Ferrocarril del Sud a Azul en 1876 y las limitaciones políticas y económicas de la época redujeron su protagonismo. A pesar de ello, en 1884, se extendió el ramal de Lobos hasta Saladillo, con estaciones en Salvador María, Roque Pérez, Del Carril, Cazón y Saladillo, consolidando su importancia en la red ferroviaria de la provincia de Buenos Aires.
En 1892, el Ferrocarril del Sud tomó el control del ramal y estableció el primer empalme de vías con su línea proveniente de Cañuelas. Cuatro años después, el 24 de marzo de 1896, se autorizó la construcción de la estación de Empalme Lobos. Para ello, se cortó un segmento del ramal Merlo-Lobos y se reemplazó por una curva en S que conectó con el empalme. Este fue el lugar elegido para la construcción del edificio de pasajeros, que fue diseñado por el ingeniero inglés J. H. Cook, responsable también de las casas de la Colonia Ferroviaria.
En 1898, se habilitó el servicio a Navarro, y en 1904 se inauguró la estación intermedia de Las Chacras en el ramal a Navarro. Entre 1910 y 1913 se llevaron a cabo trabajos significativos en la playa de cargas, instalándose la mesa giratoria y ampliaciones del galpón de locomotoras. Más tarde se añadieron depósitos de arena y piedras, consolidando a Empalme Lobos como un nodo ferroviario crucial.
En los años 70, visitar la estación Empalme Lobos ofrecía una experiencia fascinante. A solo 98 kilómetros de Plaza Constitución, era un lugar vibrante con un constante movimiento de trenes suburbanos, locomotoras de vapor y diésel, y coches motores de ambos ferrocarriles. Llegar en tren a Bolívar y disfrutar del bar de la estación, con su oferta de gaseosas, café y un monumental sándwich de jamón crudo acompañado por un alfajor, marcaba el inicio de una jornada especial, llena de calma y alejada de la rutina.
El depósito de locomotoras de Empalme Lobos era un espacio único. Allí convivían máquinas destinadas al Museo, locomotoras en servicio, otras en reparación y vagones desactivados. El personal ferroviario siempre permitía explorar y fotografiar el lugar, convirtiendo cada visita en un recorrido por la historia y la infraestructura ferroviaria. Desde la estación se podía observar, en dirección sur, la ubicación de la mesa giratoria y dos locomotoras estacionadas cerca de esta. A la izquierda de la mesa giratoria se encontraba el armazón de rieles del garaje diésel, detrás de este los depósitos de material, y más atrás, el galpón de locomotoras, que actualmente está vacío.
El desarrollo del ramal a Lobos coincidió con avances en la tecnología ferroviaria, como la incorporación de rieles de acero que reemplazaron a los de hierro, mejorando la capacidad de carga y la durabilidad. Además, se construyeron grandes galpones para facilitar el transporte de cargas, reflejando la evolución del ferrocarril hacia una infraestructura preparada para el remolque de grandes tonelajes.
Aunque en sus primeros años el ramal a Lobos tuvo un impacto significativo, la llegada del Ferrocarril del Sud a Azul en 1876 y las limitaciones políticas y económicas de la época redujeron su protagonismo. A pesar de ello, en 1884, se extendió el ramal de Lobos hasta Saladillo, con estaciones en Salvador María, Roque Pérez, Del Carril, Cazón y Saladillo, consolidando su importancia en la red ferroviaria de la provincia de Buenos Aires.
En 1892, el Ferrocarril del Sud tomó el control del ramal y estableció el primer empalme de vías con su línea proveniente de Cañuelas. Cuatro años después, el 24 de marzo de 1896, se autorizó la construcción de la estación de Empalme Lobos. Para ello, se cortó un segmento del ramal Merlo-Lobos y se reemplazó por una curva en S que conectó con el empalme. Este fue el lugar elegido para la construcción del edificio de pasajeros, que fue diseñado por el ingeniero inglés J. H. Cook, responsable también de las casas de la Colonia Ferroviaria.
En 1898, se habilitó el servicio a Navarro, y en 1904 se inauguró la estación intermedia de Las Chacras en el ramal a Navarro. Entre 1910 y 1913 se llevaron a cabo trabajos significativos en la playa de cargas, instalándose la mesa giratoria y ampliaciones del galpón de locomotoras. Más tarde se añadieron depósitos de arena y piedras, consolidando a Empalme Lobos como un nodo ferroviario crucial.
En los años 70, visitar la estación Empalme Lobos ofrecía una experiencia fascinante. A solo 98 kilómetros de Plaza Constitución, era un lugar vibrante con un constante movimiento de trenes suburbanos, locomotoras de vapor y diésel, y coches motores de ambos ferrocarriles. Llegar en tren a Bolívar y disfrutar del bar de la estación, con su oferta de gaseosas, café y un monumental sándwich de jamón crudo acompañado por un alfajor, marcaba el inicio de una jornada especial, llena de calma y alejada de la rutina.
El depósito de locomotoras de Empalme Lobos era un espacio único. Allí convivían máquinas destinadas al Museo, locomotoras en servicio, otras en reparación y vagones desactivados. El personal ferroviario siempre permitía explorar y fotografiar el lugar, convirtiendo cada visita en un recorrido por la historia y la infraestructura ferroviaria. Desde la estación se podía observar, en dirección sur, la ubicación de la mesa giratoria y dos locomotoras estacionadas cerca de esta. A la izquierda de la mesa giratoria se encontraba el armazón de rieles del garaje diésel, detrás de este los depósitos de material, y más atrás, el galpón de locomotoras, que actualmente está vacío.
El galpón de locomotoras en la década de 1970. Foto: Marcelo Arcas.
Entre los depósitos de material, actualmente ocupados, más hacia la izquierda en dirección norte, se podía ver un mástil. Allí se encontraba la plazoleta ferroviaria, que unía el acceso a los depósitos y el galpón de locomotoras mediante un camino. El edificio de la estación, con su peculiar diseño en forma de cuña, ofrecía conexiones hacia Cañuelas, Saladillo, Olavarría y Bolívar, además de un andén que en el pasado servía a los trenes de la vía Navarro. Este último, ya en desuso en los años 70, reflejaba el abandono que empezaba a caracterizar algunos rincones ferroviarios.
Con la privatización de los ferrocarriles en la década de 1990, la actividad ferroviaria disminuyó drásticamente. Muchas instalaciones quedaron en desuso y fueron desmanteladas u ocupadas. Los galpones vacíos, locomotoras oxidadas y vagones abandonados son un reflejo del esplendor perdido. A pesar de ello, algunos esfuerzos como los del Ferroclub Argentino lograron rescatar varias locomotoras, un locotractor y un coche motor para su conservación.
El entorno de Empalme Lobos, con sus vías, curvas y trazados antiguos, aún conserva un cierto magnetismo. Recorrer sus rieles o explorar las áreas aledañas permite imaginar el bullicio y la actividad de otro tiempo, aunque lo que queda es solo un pálido reflejo de su antigua gloria.
Entre los depósitos de material, actualmente ocupados, más hacia la izquierda en dirección norte, se podía ver un mástil. Allí se encontraba la plazoleta ferroviaria, que unía el acceso a los depósitos y el galpón de locomotoras mediante un camino. El edificio de la estación, con su peculiar diseño en forma de cuña, ofrecía conexiones hacia Cañuelas, Saladillo, Olavarría y Bolívar, además de un andén que en el pasado servía a los trenes de la vía Navarro. Este último, ya en desuso en los años 70, reflejaba el abandono que empezaba a caracterizar algunos rincones ferroviarios.
Con la privatización de los ferrocarriles en la década de 1990, la actividad ferroviaria disminuyó drásticamente. Muchas instalaciones quedaron en desuso y fueron desmanteladas u ocupadas. Los galpones vacíos, locomotoras oxidadas y vagones abandonados son un reflejo del esplendor perdido. A pesar de ello, algunos esfuerzos como los del Ferroclub Argentino lograron rescatar varias locomotoras, un locotractor y un coche motor para su conservación.
El entorno de Empalme Lobos, con sus vías, curvas y trazados antiguos, aún conserva un cierto magnetismo. Recorrer sus rieles o explorar las áreas aledañas permite imaginar el bullicio y la actividad de otro tiempo, aunque lo que queda es solo un pálido reflejo de su antigua gloria.
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